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Cuarenta, en dos continentesLo confieso, cumplí 40, pero con un gran orgullo. Aún más, acabo de cumplirlos y escribo estas líneas el mismo día de mi cumpleaños a treinta mil pies de altura, rumbo a casa. Hace unos meses, cuando comencé a acercarme a este hito numérico, pensé en hacer una tremenda celebración. Pero se fue acercando la fecha y decidí disminuir la intensidad de la posible celebración. Hasta que supe que no podría tenerla, al menos no el mismo día. Me llegó un par de semanas antes un aviso de un viaje de trabajo de gran importancia y a última hora. Si bien el trabajo terminaría el viernes, el sábado, el "día aquel", sería dedicado a volar de regreso a casa. El aspecto más duro: pasaría mi propio cumpleaños número 40 lejos de mis personas más queridas. Más allá del intensivo análisis de posibilidades que realicé, para concluir que no había mejor alternativa, y luego de comunicar en casa la situación ... decidí tomármelo con el mejor ánimo y aprovechar otros aspectos curiosos de mi programa para este día especial. Dada una extenuante combinación de vuelos, pero que a la vez, me pondría el mismo día en dos puntos de dos continentes distintos, armé mi plan. Finalmente, llegó hoy. Sonó el despertador a las 7:30AM de hoy Sábado. El lugar: Rümlang, Suiza, dentro del cantón de Zürich. Terminé de armar la maleta y apenas estuve listo, salí del hotel con cámara de fotos, rumbo a un cercano y hermoso prado de flores que había observado en estos días y que esperaba tuviese la luz ideal esperándome hoy. La luz estuvo bien, pero las lluvias intensas de los últimos dos días, aunque dándole una frescura especial a las flores, me ofrecieron la oportunidad de poner a prueba la resistencia al agua tan promocionada en mis zapatos de trekking y mis pantalones. Apenas dos metros dentro del prado de larga hierba y flores, pude sentir la humedad traspasando el rincón no protegido de mis calcetines, a la altura de mis tobillos. Fue el único punto en que ni pantalones ni zapatos cubrían, y por supuesto, los calcetines no eran a prueba de nada. ¡Feliz cumpleaños, Rodrigo! Seguí con el plan.
Ubiqué una posición con un letrero para apoyar el pequeño trípode que uso en este tipo de viajes (donde el objetivo principal no es la fotografía), e hice algunas tomas de prueba para probar la exposición y composición. Luego puse el self-timer en 10 segundos y me ubiqué en posición, con mi poco-pensado, pero super claro y directo letrero aclaratorio. Si bien, las primeras dos tomas me cortaron parte de la cabeza, la tercera fue la vencida y es la que se ve aquí. Mi primera auto-celebración. Terminé la sesión tomando varias fotos de las flores buscando acentuar el concepto "naturaleza" en un terreno que cualquier día podría alojar un edificio de oficinas o un galpón de alguna de las gloriosamente reconocidas empresas suizas. Luego de eso, un expedito trámite de check-out del hotel y el corto trayecto al aeropuerto. Las interminables horas cruzando el Atlántico "el día de los cuarenta", me permitieron analizar las posibilidades para lograr mi segunda foto de celebración del día. El destino del vuelo: New York. Mi siguiente vuelo sería casi 9 horas después, lo que me daba un rango de tranquilidad para recorrer algunos de los puntos más emblemáticos de La Gran Manzana, por lo que planifiqué mi día en la parte sur de la gran isla de Manhattan. El cambio de zona horaria me dio otra ventaja: mi llegada a NY sería a las 13:30, con lo que este cumpleaños, se transformaría también en uno de los días más largos de esas cuatro décadas. Un día, que podría durar por reloj nada menos que 30 horas. Aterrizamos en el aeropuerto JFK con la sorpresa de un día de primavera lluviosa en la ciudad. Mientras el avión se acercaba al terminal, me prometì que "ni la lluvia, ni la nieve, ni el viento" podrían evitarme sacar esa segunda foto cuarentona. Bueno, eso porque sabía que nieve no habría y que andaba con un paraguas a mano. Desde JFK atravesé Brooklyn tomando el tren subterráneo, apareciendo en Manhattan muy cerca de lo que hoy se conoce como "Ground Zero", el lugar donde anteriormente estaban las torres gemelas. Una sorpresa adicional: sin señales de lluvia cercana. Comencé a recorrer algunos de los puntos más turísticos de Lower Manhattan, tomando algunas fotos por aquí y otras por allá. Hasta que llegué a la vista desde Manhattan del Brooklyn Bridge, New York. Hice algunas fotos desde el popular Pier 17, pero el ángulo que más me gustó fue mucho más cerca de su base, llegando por el paseo de la costanera. Apoyé la cámara con el trípode en una roca ornamental junto a un banco para sentarse, y ajustando la exposición y el polarizador circular que puse en el lente, hice algunas pruebas de composición. Me gustó, y fue así como activando nuevamente el self-timer, me puse frente a la cámara con mi letrero explicativo, y mi mejor sonrisa de esa hora de la tarde, considerando que tenía 6 horas de diferencia en percepción corporal y un vuelo transatlántico en el cuerpo. Todo, aún en mi día de cumplir cuarenta.
Continué recorriendo más sectores de la ciudad más famosa del Este de los EEUU, para terminar con unas fotos del ocaso desde el mirador del Empire State Building. Hace poco, cerca de medianoche y volando finalmente a casa, me sentí finalmente con la calma suficiente para sentarme a escribir esta experiencia. Desde el punto de vista de la curiosidad fotográfica, fue un proyecto especial e inolvidable. Lograr hacer estas dos fotografías el mismo día de mi cumpleaños, en dos continentes diferentes, fue sin duda difícil de repetir. Pero sin lugar a duda, habría cambiado mil veces esta exótica y especial experiencia, por haber cumplido cuarenta disfrutando el abrazo intenso y auténtico de mis dos hijas, y el cariño incomparable de mi maravillosa mujer. Al menos sé que en pocas horas más estaré disfrutando de la parte más genial de cumplir años: mi gente. © 2008 - Rodrigo Sandoval - www.RodrigoSandoval.com |
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